El 8 de junio se celebra el Día Mundial de los Océanos, una fecha proclamada por las Naciones Unidas para recordar el papel esencial que desempeñan los océanos en la vida del planeta. Este ecosistema, además de ser clave para el equilibrio ambiental, también es motor de crecimiento económico y generador de oportunidades a largo plazo. En este contexto surge la economía azul, un concepto que integra sostenibilidad e inversión responsable.
La economía azul hace referencia al conjunto de actividades económicas que dependen del entorno marino, costero y fluvial. Incluye sectores como la pesca, el transporte marítimo, el turismo costero, las energías renovables marinas, la biotecnología oceánica o la protección de la biodiversidad marina.
Según el Banco Mundial, la economía azul es “el uso sostenible de los recursos de los océanos para el crecimiento económico, la mejora de los medios de vida y el empleo, al tiempo que se preserva la salud de los ecosistemas oceánicos”.
Este modelo representa una evolución de la economía verde. Aunque ambas comparten el objetivo de mitigar el cambio climático, la economía azul se enfoca de forma más precisa en preservar los océanos, de los cuales dependen miles de millones de personas en todo el mundo.
Lejos de ser una tendencia emergente, la economía azul ya es una realidad de gran escala. Según WWF, su valor total se estima en 24,2 billones de dólares, y genera un valor económico anual de al menos 2,5 billones, lo que la situaría como la octava economía del mundo si se midiera por separado.
En Europa, los datos también reflejan su impacto: según la Comisión Europea, en 2018 generó más de 750.000 millones de euros y más de 5 millones de empleos, especialmente en sectores como el turismo costero y la energía eólica marina. Y de cara a 2030, se prevé que esta economía crezca al doble de la tasa de la economía global, alcanzando los 40 millones de empleos a nivel mundial.
Más allá de las cifras, su verdadero valor radica en su capacidad para combinar innovación, desarrollo y sostenibilidad. Invertir en economía azul no solo significa apoyar sectores con futuro, sino también apostar por la regeneración de los océanos como garantía de estabilidad y resiliencia a largo plazo.
La economía azul está íntimamente ligada a los criterios ESG (Environmental, Social and Governance), cada vez más presentes en las estrategias de inversión responsables.
Este enfoque ESG permite a los inversores equilibrar riesgos y oportunidades, al tiempo que contribuyen a un impacto positivo y medible. No se trata solo de hacer el bien, sino de hacerlo bien: con datos, con estrategia y con visión de largo plazo.
Invertir en economía azul implica ir más allá de los sectores directamente relacionados con el mar. También supone analizar la cadena de valor de muchas empresas que, sin operar en el entorno marino, pueden contribuir a su protección mediante innovación, eficiencia o transición energética.
Algunas claves para identificar oportunidades de inversión en economía azul incluyen:
En definitiva, se trata de seleccionar aquellas inversiones que, además de buscar rentabilidad, generen un impacto positivo y medible sobre el planeta.
El Día Mundial de los Océanos es una ocasión clave para reflexionar sobre el papel que desempeñan los océanos en nuestras vidas. Son reguladores del clima, fuente de alimentos, generadores de oxígeno y hábitat de miles de especies. Pero también son una palanca para el crecimiento sostenible, la innovación y el desarrollo económico.
En un contexto de transición hacia una economía más resiliente y respetuosa con el medioambiente, la economía azul se posiciona como un motor de transformación global. Y en ese proceso, los inversores tienen un papel fundamental: pueden orientar el capital hacia sectores que cuiden del planeta sin renunciar a los retornos.
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