26 de Febrero de 2021 // ESG

ESG: Más allá de una moda


Muchos inversores observan con asombro el fuerte crecimiento de las inversiones ESG (ligadas al medio ambiente, lo social o la buena gobernanza corporativa) en los últimos años. Para muestra un botón: en 2018, el volumen en inversiones sostenibles se situaba en 30.700 millones de euros, cifra que en 2020 superaba ya los 40.000 millones, lo que supone una subida del 32%.

¿Por qué esta subida? ¿es tan sólo una moda o realmente estamos ante un cambio sustancial en los modelos de inversión?

La respuesta sin duda es que realmente estamos ante un gran cambio, no sólo desde el punto de vista social, sino también financiero y regulatorio. En lo social, desde hace algunos años estamos asistiendo en todo el mundo a un movimiento creciente de preocupación sobre cómo cuidar el mundo en el que vivimos. El motivo es obvio: si no hacemos nada nuestro planeta será inhabitable en el futuro. Como ejemplo, según un estudio de la Universidad de Suiza la temperatura mundial podría subir hasta 4,7 grados en 2050, el clima de Londres llegaría a ser el de Barcelona, el de Madrid el de Marrakesh, y en general, 250 ciudades del mundo tendrán que enfrentarse a cambios climáticos. Y esto sólo son algunos ejemplos.

Esta preocupación ha llegado ya al sector financiero, con un creciente peso de las llamadas “inversiones ESG” en las carteras de los inversores. Pero… ¿de dónde sale este concepto de ESG? El primer informe en el que se utilizó este concepto fue el informe de la ONU de 2004 titulado “Who Cares Wins”, en el que se argumentaba cómo la inclusión de criterios de sostenibilidad en las decisiones de inversión podría tener también un impacto muy positivo sobre la sociedad, los mercados financieras, y la propia cartera de un cliente. A partir de ahí, la tendencia ha sido imparable.

Y por supuesto ha ayudado la regulación. En marzo de este año entra en vigor el Reglamento 2019/2088 del Parlamento Europeo y del Consejo de 27 de noviembre de 2019 sobre la divulgación de información relativa a la sostenibilidad en el sector de los servicios financieros. En el mismo, se establece la obligación de las gestoras y los asesores financieros de incluir en su toma de decisiones el riesgo de sostenibilidad, y de avisar a los inversores de los riesgos de sostenibilidad en sus carteras, incluyendo sus efectos sobre la rentabilidad.

Pero… ¿en qué consiste realmente la inversión ESG?

Hay varias formas de considerar criterios ESG en la inversión. Por supuesto, la definición depende de cada cultura, país o región, pero en general, una inversión “ética” sería aquélla que protege la dignidad de las personas y se abstiene de invertir en prácticas perjudiciales para la sociedad. Por tanto, la forma más obvia de invertir teniendo en cuenta criterios ESG sería el criterio de exclusión, o lo que es lo mismo,  la abstención de invertir en una industria o producto que pueda ser nociva para el medio ambiente (alta contaminación), no cumpla con criterios éticos (por ejemplo, producción de armas), o que en sus negocios realice prácticas inaceptables socialmente (use trabajo infantil, por ejemplo). Esencialmente,  tratan de tener en cuenta inversiones que tengan un impacto positivo en nuestro entorno.

Pero no sólo la exclusión es un criterio. También lo es encontrar oportunidades de inversión en productos o compañías que tengan un impacto positivo en la sociedad a la vez que son rentables para la inversión. Este es el concepto fundamental que siguen hoy en día la mayoría de las gestoras. La clave es identificar áreas que se fijen en el crecimiento sostenible, no sólo actuales, mucho más explotada y conocidas, sino también futuras, que todavía no han sido muy consideradas como universo de inversión. Un ejemplo sería la economía azul, o lo que es lo mismo, aprovechar los recursos que nos ofrece los océanos, pero respetando la protección de los mismos. 

En resumen, la inversión en ESG no es una moda, ha llegado para quedarse. Además es rentable. SE demuestra que la inclusión de criterios ESG permite reducir el riesgo de las carteras, además de invertir en compañías que aprovechan las nuevas tecnologías y por tanto tienen más potencial para el futuro. Y además protegen el mundo que vivimos…¿qué más se puede pedir?

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